Adiós al viejo Washington. La venta del ‘Post’ al fundador de Amazon cierra una era en la capital

Camelot.- John Kennedy hijo
jugando en el despacho Oval ocupado por su padre, en octubre de 1963,
una imagen icónica del estilo innovador de la presidencia Kennedy
La vieja casa de Katharine Graham en el barrio de Georgetown –más que una casa, una mansión; una mansión con aires de pequeño château de provincias– parece deshabitada. Según los registros públicos más recientes, nadie vive en ella. Una luz iluminaba el viernes la entrada.

Estos días una pregunta recurrente en columnas y conversaciones es qué habría pensado Kay Graham de la venta de The Washington Post –el diario que su padre compró en 1933 y que ella, editora a partir de los años sesenta, convirtió en una referencia local, nacional y mundial– a Jeff Bezos, el presidente de Amazon, los grandes almacenes y librería por internet que en la última década han revolucionado el comercio.

La venta del Post a Bezos no sólo puede abrir una nueva era en la prensa. También sentencia el final de una era en Washington DC, este extraño lugar que, como escribió Graham, es a la vez “una ciudad pequeña y la capital del mundo”. “Con Bezos, la ciudad pierde a su dinastía de negocios dirigente”, ha escrito el periodista Timothy Noah.

La dinastía es la de los Graham, propietarios del Post. Ahora los reyes se han quedado sin trono. Su reino era Washington –quizá, en algún momento, todo Estados Unidos– y su Versalles, Georgetown, el barrio de casas de estilo inglés y calles arboladas, fundado antes de que George Washington, el primer presidente, diseñase la ciudad que llevaría su nombre. Durante medio siglo, el poder real de la capital federal se concentró en unas pocas manzanas de Georgetown. No el poder político –la Casa Blanca, el Capitolio…– aunque el poder político vivía pendiente –dependía– de los “poderes fácticos” de Georgetown, por retomar la expresión, the powers that be, con la que David Halberstam tituló su libro de 1979 sobre las grandes familias de la prensa norteamericana (“Ella ostentaba el poder; otros lo codiciaban. En pocos años otros la describirían como la mujer más poderosa de América, quizá del mundo”, escribió Halberstam de Graham).

El 21 de enero de 1961, cuando John F. Kennedy, que durante años fue vecino del barrio, hubo abandonado el último de los bailes inaugurales, en su primer día como presidente, ¿qué hizo? Dirigirse a la fiesta de Joe Alsop –“posiblemente el columnista más influyente de Washington y el árbitro social de su tiempo”, según el Post– en Dumbarton Street, en Georgetown. En la calle N, una manzana más abajo, en dirección al río Potomac, se encuentra la mansión de Ben Bradlee, el director que, junto a Kay Graham, transformó el Post de un diario local en la cabecera que, con sus revelaciones sobre el caso Watergate, forzó la dimisión del presidente Richard Nixon. Y dos manzanas arriba se eleva la casa –con un torreón que la asemeja a un castillo– de Bob Woodward, el reportero que, junto a Carl Bernstein, destapó el escándalo, y desde entonces ha sido un cronista de todas las presidencias. Una calle más arriba, la mansión de Graham. Al cruzar la calle, Oak Hill, el frondoso cementerio donde Katharine Graham está enterrada junto a su marido, Phil.

- El poder ha dejado de concentrarse en el barrio de Georgetown.

Una línea une a Alsop con Woodward, pasando por Graham y Bradlee. Washington es un lugar de paso: los políticos vienen y van. Los Alsop, Graham, Bradlee, Woodward siempre estuvieron allí para explicarles cómo funcionaba, para sonsacarles información, a veces para asesorarles (Phil Graham, siendo editor del Post, enviaba memorandos con consejos a Lyndon B. Johnson; la confusión de géneros, hasta el Watergate y los papeles del Pentágono, fue un clásico en esta ciudad). Todo esto empieza a ser pasado. No solo porque el Post deja de pertenecer a los Graham y pasa a manos de un empresario que vive a más de 4.000 kilómetros, en el otro Washington (el estado). El Post ya ve peligrar desde hace unos años su hegemonía periodística en la capital; ahora compite con rivales feroces como Politico, fundado por periodistas del Post. Es un signo de los tiempos que la última gran exclusiva washingtoniana no lo haya publicado Woodward en el Post sino Glenn Greenwald –un jurista que fue bloguero, que vive, no en Georgetown sino en ¡Río de Janeiro!– en el diario británico The Guardian.

“El Washington de los insiders [los que están en el ajo] es mucho más amplio de lo que solía ser”, escribe Mark Leibovich en This town (esta ciudad), el libro del verano en la capital, lleno de cotilleos sobre el mundillo. “Las cenas de fiesta en los salones de élite de Georgetown solían incluir a un grupo, que se iba turnando ,de unos centenares de personas poderosas, de damas de sociedad, de miembros y exmiembros del Congreso, de los gabinetes de Gobierno, del staff de la Casa Blanca, junto a una mezcla de embajadores y periodistas de peso. Ahora el Washington de los insiders se ha convertido en una conversación sin límite en la que participan decenas de miles de personas con tuits, blogs, o lo que sea”.

En el Washington del 2013 –el Washington de Bezos– los congresistas disponen de poco tiempo para ir a fiestas ni para conspirar (la celebrada serie House of Cards es una ficción), porque están pendientes de recaudar dinero para sus campañas. Muchos ni tienen residencia permanente en la capital: en cuanto pueden regresan a sus estados y circunscripciones. Y los ricos de verdad no viven en Georgetown, sino en palacios imponentes en las afueras, y pocos conocen su nombre. Barack Obama raramente sale de la Casa Blanca para mezclarse con la sociedad local.

Sally Quinn, la esposa de Ben Bradlee, anunció el año pasado, en un artículo, “el fin del poder en Washington”. Quinn, a quien algunos consideraron un tiempo como la heredera de Graham como reina de Georgetown, contraponía poder con dinero, y lamentaba que ahora pesan más los grupos de presión, los multimillonarios que influyen en la política con sus donativos, que el viejo establishment.

“Si Katharine Graham (…) diese una fiesta ahora, y los políticos o estadistas recibiesen una invitación a otra fiesta de Sheldon Adelson [el magnate de Eurovegas, que dio decenas de millones de dólares a la última campaña republicana], ¿adónde creen que iría la gente?”, se preguntó. Y respondió: “Adelson. Sin duda”.

Quinn no preveía la hipótesis de que el organizador de la otra fiesta fuese Jeff Bezos.

- El barrio más poderoso.

1751. Mayo. La fundación.- Casi medio siglo antes que Washington, se fundó Georgetown, un puerto tabaquero a orillas del río Potomac. Georgetown, sede de la universidad del mismo nombre, se convirtió después en barrio de la capital, pero mantiene un aroma histórico difícil de hallar en las urbes norteamericanas.

1961. Enero. El apogeo.- Washington, ciudad de políticos, funcionarios y periodistas, también tuvo una aristocracia. La llegada de Kennedy a la Casa Blanca convirtió Georgetown en el epicentro del poder. Las fiestas y tertulias marcaban el ritmo de la política.

2013. Agosto. El declive.- Ya hace tiempo que los Graham no viven en la mansión de Georgetown, y la época en que en el barrio se decidía el futuro de la humanidad ha pasado. La venta del Washington Post al presidente de Amazon ha sellado el final de la influencia de una familia –y, simbólicamente, un barrio– sobre la capital.

Marc Bassets, La Vanguardia